Un grupo de adolescentes se conoce durante el Voluntariat Ecològic y pasan un intenso verano recorriendo el marjal de Gandia. Antoni, Gràcia, Josep, Rosa y Jordi pasean con sus bicicletas los humedales, viven numerosas aventuras, algunos se enamoran, y todos escuchan por primera vez, en boca de los más ancianos, leyendas que desde hace siglos se han transmitido de padres a hijos y que están a punto de ser olvidadas.
Oliva renova el conveni amb la Federació de Moros i Cristians per 41.000 eurosEste es el argumento de Una marjal de llegendes, la novela juvenil que ha publicado Emili Selfa y que ha sido editada por Lletra Impresa con ilustraciones de Manola Roig. La idea de recopilar las fábulas del marjal de Gandia surgió tras una conversación con la editorial, que tiene una colección, Mythos, dedicada a las fábulas populares.
El CA Safor logra dos medallas de oro en el campeonato provincial individual U12«Llevo muchos años trabajando la memoria oral», señala el autor. «He estado hablando con muchas personas mayores y recogiendo esas historias que se contaban de generación en generación, y que por la forma de vida actual, se están perdiendo.» «Se ha roto esa transmisión de padres a hijos», asegura Selfa.
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Entre aventura y aventura, los protagonistas del libro escuchan leyendas como la existencia de un pueblo hundido en un ullal o nacimiento subterráneo de agua. «En Beniopa se decía que estaba en el Ullal Fosc, el más misterioso de todos, porque no se ve el fondo». «Nuestros padres nos decían: ¡no os metáis ahí, que el ullal se traga a los niños!». Las versiones de esta historia varían, como la que sitúa este poblado en el Ullal de l’Estany, o las que aseguran que es en la noche de San Juan, o en las noches de luna llena, cuando se ve el pueblo desaparecido en el fondo si uno se asoma. A pesar de estas variaciones, «se puede recomponer un conjunto de leyendas muy importante», asegura.
A punto de perderse está también la historia fantasmagórica de l’Encantà, una mujer vaporosa, «como transparente, cubierta a la manera mora, con pies de pata de cabra», según se lee en el libro, que vigila las pertenencias y tesoros que los moros dejaron abandonados tras la conquista cristiana de Bairén, aquellos moros que, según otra leyenda, construyeron la Séquia del Rei en una sola noche para poder escapar de las tropas del rey Jaume I.
Interesante es la leyenda de la temida Serp cabelluda, que, en la versión contada en Beniopa, de noche bajaba de las montañas para robar la leche de las madres que amamantaban a sus hijos, que atacaba a los labradores en el marjal y que se comía niños enteros, hasta que un vecino acabó con tal animalot en pleno humedal con una ingeniosa trampa.
Esta leyenda de la serpiente peluda llamó mucho la atención a Selfa. «Es interesante cómo esta historia, en un espacio acuático como el marjal de Gandia, conecta directamente con otras similares de otros humedales del Mediterráneo, desde Occitania hasta el País Valenciano, que se difundieron seguramente con la colonización cristiana de Jaume I». Por ejemplo, está la leyenda de la Tarasca en Tarascón (Provenza), en la desembocadura del río Ródano. La Tarasca, un animal mitológico «similar a nuestra Serp Cabelluda, es una de las figuras de la procesión del Corpus y desfila en muchas ciudades, como en València», apunta Selfa.
Estas y otras historias populares desaparecerán si no se pone remedio. «Cada vez quedan menos personas que las recuerden», como Saoret de Moragues, de Beniopa y con 92 años, uno de los informantes de Selfa, que opina que todas estas leyendas suponen «un fondo cultural nada desdeñable que se debería conservar, y las instituciones deberían trabajar más en ello». ¿Y por qué en Beniopa hay tantas historias relacionadas con el marjal? «Porque ha sido cultivado históricamente por vecinos de Beniopa en las tierras altas, y por gentes del Grau en los fondos, en las tierras bajas», explica Selfa.
El libro no solo muestra leyendas, sino también viejos saberes y aspectos etnográficos del marjal, y además reivindica el papel del Voluntariat Ecològic de Gandia. «Durante los 25 años de este voluntariado, centenares de jovenes se han acercado al territorio, lo han conocido y son más sensibles a su conservación», comenta Selfa.
Si las rutas guiadas por el marjal de Gandia, que fue «un lago inmenso», un paraíso que proveía de alimento y a la vez un paraje misterioso, incorporaran estas historias en su argumentario, tal vez no solo harían más atractiva la visita, sino que ayudarían a preservar esta memoria oral.